
Durante gran
parte de la historia humana, la verdadera causa de las enfermedades infecciosas
siguió siendo un misterio. En ausencia de tratamiento, muchos pacientes
sucumbieron a sus enfermedades. No fue hasta el siglo XIX que se reveló la
evidencia de la existencia de gérmenes. El descubrimiento de la penicilina
en 1929, y luego el de muchos otros antibióticos farmacéuticos, permitió
finalmente el tratamiento específico de enfermedades infecciosas. La
mortalidad y el sufrimiento relacionados con estas enfermedades descendieron de
forma tan espectacular que las plantas que habíamos utilizado empíricamente
hasta entonces en la lucha contra los gérmenes fueron abandonadas.